La virgen del adiós
-Quien iba a decir que yo compraría yuca a 20 pesos la libra, en el campo yo vivía de sembrar esa vaina y llevaba un saco semanal a la casa y de mejor calidad, ¡no estas rabizas de puerco!.-
Dijo el hombre hablando para si aunque sentada a su lado su esposa le escuchaba aprobando con la cabeza la gnosis de sus palabras. El hombre quería volver a su terruño de campo, al que cambió por la ciudad, al sembradío que dejo por una escopeta de vigilante y sueldo de miseria con el cual no vivía cómodo, pero ya no podía deja por estar endeudado y enfermo para trabajar agricultura. Circulo vicioso del inmigrante.
Una lagrima impotente se escapo, deslizándose curiosamente por sus mejillas tomando la ruta de su brazo derecho hasta llegar a sus manos y luego al tenedor, muriendo súbitamente en un charco de aceite posado en el plato cristalino en que comía la yuca con huevo y cebolla de aquel tardío almuerzo que tomaron fiado en la bodega.
Seis veinte de la tarde de un lunes de diciembre, el hombre había pasado desde las 6 de la tarde el día anterior en la mañana hasta esta hora de servicio ininterrumpido sin dormir ni comer, a la llegada del relevo y cumplido ya el proceso de entrega, viajar una hora parado en autobús y al fin ya en casa descasando para al amanecer e ir a coger la misma pela, en el único empleo que consigue un hombre de escasa preparación y 55 años de edad.
-esto no es vida-
Volvió el hombre a murmurar como si hablase con el plato. Sus deudas crecían y sus ingresos languidecían bajo el yugo explotador de una pequeña burguesía alevosa, que le importa un bledo las condiciones laborales de sus empleados. La compañía solo se enteraba de los asuntos de sus vigilantes cuando sucedía un caso trágico o un accidente. La mujer solo escuchaba, sufría pero nunca decía nada.
Ya en la cama al descanso, su esposa luego de brindarle sus medicinas y confirmar que duerme le cubre con una sabana recién lavada y planchada en una cama bien cuidada y una habitación calida humilde pero limpia,(solo ahí el pobre es rico por que aunque vive con lo necesario y en estrechez, a la hora de dormir si tiene el don de la dignidad duerme igual al presidente o el mas acaudalado mortal) a su lado se tiende como el ave a ver dormir sus pichones, tenían 25 años juntos y la edad de ambos conociéndose desde el campito donde nacieron, en una relación de hermandad mas que de amor y matrimonio, solo un hijo de 15 años que vivía donde una tía con mejores posibilidades y por temporadas los visitaba y mantenía contacto diario con ellos.
Esa noche solo el sueño quitaba la pena, mientras mas profundo mejor, eran ya las 7: 50 de la noche y al amanecer el trabajo esperaba. El café tempranito, un baño de agua tibia y un desayuno de pan víveres o lo que apareciera. Todo preparado por su esposa quien se levantaba un poco mas temprano para acomodar la vida a su hombre. Al final la despedida con un adiós desde la puerta hasta que le alcanzara a ver moviendo las manos a ritmo celestial.
En el sueño del hombre una virgen le llamaba a cruzar un amplio rió, podía verse que otros lo cruzaban como Moisés en el mar Rojo junto al pueblo de Israel, sin mojarse por un camino abriéndose a su paso. Al otro lado no había pasto ni piedra, sino nubes y un fondo azul como el cielo. La virgen le era conocida pero, no era la de Guadalupe, ni La Altagracia, ni Maria, en fin esta virgen solo le hacia seña a el, traía un radiante vestuario y una luz como de neón se posaba en ella como sombra, estaba alegre y a su lado cataban querubines y otros tocaban su arpa como si recién llegara. Pero ella le miraba y le instaba a que cruzara. El lo intentaba pero el camino se serraba a su paso, y se ponía caudaloso el río como si la faltara la visa ir al otro lado. Mientras veía a cientos que cruzaban a su lado, aunque nadie regresaba, tampoco recibían señales de nadie.
Las aguas eran cristalinas como lagrimas vertidas en un enorme recipiente, la virgen bella y radiante no cesaba de hacer la seña con las manos pero una neblina pesada, blanca como las nubes que no le permitían distinguir, ahora estaba confundido no sabia si la virgen le llamaba, le saludaba o simplemente le decía adiós.
-¿porque no puedo ir a su lado?-
-¿Quién es ella, por que se me hace tan conocida?-
-¿porque insiste en hacerme seña exclusivamente a mí?-
-¿porque otros cruzan el río y a mi se me cierra el camino?-
Mientras todas estas interrogante le agobian, la neblina se desplaza y todo se ve más claro, ahora no hay dudas la virgen dice adiós, de manera efusiva a el mientras empieza a desplazase y a desaparecer si deja de decirle adiós. A lo lejos una voz decía en tono sublime:
-dejadme ir, dejadme ir-
El hombre se puso ansioso y trató de alcanzarla, el río nuevamente se lo impidió. Que sintió como si se ahogaba y empezó a llorar como si algo muy suyo se fuera para siempre. Al despertar extrañó el olor a café acostumbrado, miro y su mujer estaba aun acostada le llamó y ella se mantuvo en silencio, la toco y una fría rigidez en su piel le alertó sobre lo que había pasado. Fue cuando recordó lo que recién había soñado.
-¡no te vayas!-
Gritó, a todo pulmón.
-Quien iba a decir que yo compraría yuca a 20 pesos la libra, en el campo yo vivía de sembrar esa vaina y llevaba un saco semanal a la casa y de mejor calidad, ¡no estas rabizas de puerco!.-
Dijo el hombre hablando para si aunque sentada a su lado su esposa le escuchaba aprobando con la cabeza la gnosis de sus palabras. El hombre quería volver a su terruño de campo, al que cambió por la ciudad, al sembradío que dejo por una escopeta de vigilante y sueldo de miseria con el cual no vivía cómodo, pero ya no podía deja por estar endeudado y enfermo para trabajar agricultura. Circulo vicioso del inmigrante.
Una lagrima impotente se escapo, deslizándose curiosamente por sus mejillas tomando la ruta de su brazo derecho hasta llegar a sus manos y luego al tenedor, muriendo súbitamente en un charco de aceite posado en el plato cristalino en que comía la yuca con huevo y cebolla de aquel tardío almuerzo que tomaron fiado en la bodega.
Seis veinte de la tarde de un lunes de diciembre, el hombre había pasado desde las 6 de la tarde el día anterior en la mañana hasta esta hora de servicio ininterrumpido sin dormir ni comer, a la llegada del relevo y cumplido ya el proceso de entrega, viajar una hora parado en autobús y al fin ya en casa descasando para al amanecer e ir a coger la misma pela, en el único empleo que consigue un hombre de escasa preparación y 55 años de edad.
-esto no es vida-
Volvió el hombre a murmurar como si hablase con el plato. Sus deudas crecían y sus ingresos languidecían bajo el yugo explotador de una pequeña burguesía alevosa, que le importa un bledo las condiciones laborales de sus empleados. La compañía solo se enteraba de los asuntos de sus vigilantes cuando sucedía un caso trágico o un accidente. La mujer solo escuchaba, sufría pero nunca decía nada.
Ya en la cama al descanso, su esposa luego de brindarle sus medicinas y confirmar que duerme le cubre con una sabana recién lavada y planchada en una cama bien cuidada y una habitación calida humilde pero limpia,(solo ahí el pobre es rico por que aunque vive con lo necesario y en estrechez, a la hora de dormir si tiene el don de la dignidad duerme igual al presidente o el mas acaudalado mortal) a su lado se tiende como el ave a ver dormir sus pichones, tenían 25 años juntos y la edad de ambos conociéndose desde el campito donde nacieron, en una relación de hermandad mas que de amor y matrimonio, solo un hijo de 15 años que vivía donde una tía con mejores posibilidades y por temporadas los visitaba y mantenía contacto diario con ellos.
Esa noche solo el sueño quitaba la pena, mientras mas profundo mejor, eran ya las 7: 50 de la noche y al amanecer el trabajo esperaba. El café tempranito, un baño de agua tibia y un desayuno de pan víveres o lo que apareciera. Todo preparado por su esposa quien se levantaba un poco mas temprano para acomodar la vida a su hombre. Al final la despedida con un adiós desde la puerta hasta que le alcanzara a ver moviendo las manos a ritmo celestial.
En el sueño del hombre una virgen le llamaba a cruzar un amplio rió, podía verse que otros lo cruzaban como Moisés en el mar Rojo junto al pueblo de Israel, sin mojarse por un camino abriéndose a su paso. Al otro lado no había pasto ni piedra, sino nubes y un fondo azul como el cielo. La virgen le era conocida pero, no era la de Guadalupe, ni La Altagracia, ni Maria, en fin esta virgen solo le hacia seña a el, traía un radiante vestuario y una luz como de neón se posaba en ella como sombra, estaba alegre y a su lado cataban querubines y otros tocaban su arpa como si recién llegara. Pero ella le miraba y le instaba a que cruzara. El lo intentaba pero el camino se serraba a su paso, y se ponía caudaloso el río como si la faltara la visa ir al otro lado. Mientras veía a cientos que cruzaban a su lado, aunque nadie regresaba, tampoco recibían señales de nadie.
Las aguas eran cristalinas como lagrimas vertidas en un enorme recipiente, la virgen bella y radiante no cesaba de hacer la seña con las manos pero una neblina pesada, blanca como las nubes que no le permitían distinguir, ahora estaba confundido no sabia si la virgen le llamaba, le saludaba o simplemente le decía adiós.
-¿porque no puedo ir a su lado?-
-¿Quién es ella, por que se me hace tan conocida?-
-¿porque insiste en hacerme seña exclusivamente a mí?-
-¿porque otros cruzan el río y a mi se me cierra el camino?-
Mientras todas estas interrogante le agobian, la neblina se desplaza y todo se ve más claro, ahora no hay dudas la virgen dice adiós, de manera efusiva a el mientras empieza a desplazase y a desaparecer si deja de decirle adiós. A lo lejos una voz decía en tono sublime:
-dejadme ir, dejadme ir-
El hombre se puso ansioso y trató de alcanzarla, el río nuevamente se lo impidió. Que sintió como si se ahogaba y empezó a llorar como si algo muy suyo se fuera para siempre. Al despertar extrañó el olor a café acostumbrado, miro y su mujer estaba aun acostada le llamó y ella se mantuvo en silencio, la toco y una fría rigidez en su piel le alertó sobre lo que había pasado. Fue cuando recordó lo que recién había soñado.
-¡no te vayas!-
Gritó, a todo pulmón.
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