04 febrero 2012

Una observación imparcial al ejercicio político dominicano


Por Dra. Rocío Martínez
La llamada forma de gobierno se ha mal aplicado, según algunos, en los adagios “democracia y participación”, que es la máxima expresión de lo que es un país con una forma de gobierno democrático, en donde el pueblo tiene de manera activa, directa o indirectamente una participación efectiva en la toma de decisiones, acciones y medidas, que de alguna manera conciernen a todas y todos los ciudadanos, por ser estos afectados y donde recae el peso de los resultados de las acciones que ejerza el Estado por medio de su gobernante y de sus delegados. 

La Carta Magna, en su articulado 4, instituye que la forma de gobierno de la nación deberá ser esencialmente civil, republicano, democrático y representativo.
 La democracia participativa es una de las formas de la democracia, en virtud de esta clasificación los ciudadanos adquieren una mayor participación en la toma de decisiones políticas que las otorgadas tradicionalmente en la democracia representativa.
 Se ha definido la democracia participativa como un modelo político que facilita a los ciudadanos su capacidad de asociarse y organizarse de tal modo que puedan ejercer una influencia directa en las decisiones públicas.
 De manera particular, la democracia participativa es una propuesta a la que deben unificarse todos los partidos políticos, otorgar más participación a los ciudadanos y ciudadanas que tengan el interés de contribuir a mejorar nuestra sociedad, dejando de lado las diferencias partidistas y los interés particulares, para poder reconstruir la cosecha social y cambiar el futuro que como nación nos espera, si seguimos actuando con egoísmo.
 Aplicando la democracia participativa haríamos valer lo dispuesto en el artículo 22, numeral 4, de la Constitución, que versa sobre los derechos de ciudadanos y ciudadanas: “Formular peticiones a los poderes públicos para solicitar medidas de interés público y obtener respuesta de las autoridades en el termino establecido por las leyes que se dicten al respecto”. 

En los últimos tiempos la política se ha convertido en el oficio más deseado, una pregunta que llega a la mente de muchos curiosos pudiera ser ¿cuál es la razón que les lleva a desear tanto esa posición? La respuesta es sencilla, por los beneficios lucrativos, las facilidades circunstanciales y el garbo que de esta se ostenta; es apreciada (por muchos) como la vía más asequible para obtener dinero, prosperidad y mayor proyección en el ámbito empresarial, y no obstante eso, también cabe mencionar las facilidades que brinda el poder político de manera diversificada a través del "título” de la función desempeñada, o mejor dicho “título crediticio” (privilegios monetarios por el hecho de decir Yo soy… o ye le sirvo a…)..
 El silencio consume a los indigentes, mientras los que pueden alzar su voz y ser escuchado mantienen la pasividad y el anonimato para no menguar ante las búsqueda de preservar los derechos que el Estado está en obligación de resguardar, o será que el ambiente no es propicio para los políticos que han pasado por esta República “democrática, independiente y huérfana”. 

La política no es un juego, es el escenario en donde se necesita personas capacitadas y con actitud de servir, no solo a su familia, amigos y demás, sino a la Patria y a su pueblo, porque para eso se eligen a los funcionarios, para que representen los interés nuestros y no los suyos “la avaricia lleva a trastornar hasta los Estados más sólidos”.
 Como diría Francisco Moscoso Puello, en “Cartas a Evelina”: “La política es el arte de vivir del Estado y este no viene a ser en definitiva más que una Sociedad de Socorros Mutuos, una especie de Monte Pio, en el cual se reciben todo género de servicios a determinado tipo de interés, y los cuales pueden variar desde la delación hasta el acto de heroísmo más escandaloso.” [Hacemos Ley, para que sean cumplidas, pero el mandato que reinará será el de la conciencia, si tu conciencia está llena de sabiduría crearás leyes y las obedecerás, si solo sigues dogmas y careces de pensamientos firmes ni valores humanos, serás juzgado por toda tu existencia por tu conciencia].

Una cosa es la “pasión política” y otra es “el fanatismo político” existen diferencias marcadas, entre las que cito: la primera es infundada por la vocación de servicio, la segunda solo es impulsada por la ambición que envuelve la mente de un ser humano sin escrúpulo; otra diferencia es que la pasión aparta el propio interés y el fanatismo lleva a quien la siga al punto de perder la razón y actuar sin conciencia y de manera egoísta.. 
Por todo esto, el verdadero cambio lo lograremos cuando demos aforo a las grandes ideas de los ciudadanos humildes y brillantes, jóvenes y adultos, que desean cambiar a su nación, y que no se les ha brindado la oportunidad de expresión y activismo en un Estado democrático del cual ellos forman parte. 
¡Entonces actuemos por pasión!

FUNDACION PRO-JURIS CAUSA


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